Abordo del Spray - Joshua Slocum

 DIMENSIONES Y VELAMEN DEL SPRAY


El temor a las criticas de los marinos experimentados me hizo pasar con rapidez, en los capitulos precedentes, sobre los detalles que conciernen a la construcción del Spray, y también sobre los métodos de navegación, bastante primitivos, que utilicé para que diese la vuelta al mundo. Como no tenía ninguna experiencia de yate, me era imposible saber que en esos barcos tan bonitos que se ven en los puertos y en la mar a lo largo de las costas, no se podían acometer empresas iguales que en mi balandro; por ejemplo: gobernar hacia un punto dado con la caña del timón amarrada. Sin embargo, sabía que ningún barco había dado aún la vuelta al mundo navegando de ese modo, pero no me hubiera atrevido a decir que no fuese realizable, o, incluso, que determinados marinos no hubiesen efectuado ya largos trayectos en semejantes condiciones, con un aparejo apropiado. Me divirtió que un cexpertos me afirmase categóricamente que aquellos era imposible... Cuando salimos juntos para nuestro largo viaje, el Spray era un barco completamente nuevo, pese a ser un balandro reconstruido del mismo nombre, y que, según la tradición, había pescado ostras unos cien años antes, en la costa de Delaware, Hasta la misma aduana había perdido la indicación del lugar donde lo construyeron, pero en cambio quedaron huellas de su paso por Noank, en Conneticut y también en New-Bedford. En fin, al regalarme el capitán Eben Pierce el barco, le hallé, como he dicho ya, en un campo de Fairhaven. Sus lineas eran parecidas a las de los barcos de pesca del mar del Norte. Al reconstruirle, cuaderna por cuaderna y bao por bao, añadi a su franco-bordo cuarenta centimetron en el centro, cuarenta y cinco centimetros a proa, y treinta y cinco centímetros a popa, aumentando así su puntal, lo que, como había previsto, le hizo más marinero. No repetiré aquí los detalles de la reconstrucción del Spray, detalles que di en el primer capítulo de este libro. Recordaré únicamente que, terminado el balandro, sus dimensiones resultaron las siguientes:

Eslora máxima: 11,20 m

Manga: 4,32 m

Puntal (en la cala central): 1,27 m

Tonelaje neto:  9 toneladas

Tonelaje de arqueo bruto: 12,71 toneladas 

Reproduzco gustoso los planos del Spray y los acompaño de los comentarios que pueda sugerirme una experiencia muy limitada en lo concerniente al aparejo aurico, porque la mayor parte de mi vida transcurrió en barcos de aparejo en cruz. Nada se escatimó para sacar estos planos con la mayor exactitud. Se llevó al Spray de Nueva York a Bridgeport, en Connecticut, y allí, con la intervención del «Park City Yacht Clubs, lo echaron a tierra y le tomaron las dimensiones escrupulosamente, para que el resultado se acercase lo más posible a la perfección. El capitán Robins hizo una maqueta. Los jóvenes deportistas de yate, apasionados en las regatas, de seguro no tendrán en gran estima mi barco; su opinión es defendible, sin que por ello haya yo de abandonar la mía. Por ejemplo, le reprocharán sus líneas amazacotadas, cuyas ventajas no pueden evidenciarse más que habiendo mar gruesa.

Se podría, sin modificar las condiciones del Spray, operar algunos cambios en la disposición de la cubierta. Nada impediría, por ejemplo, colocar la cabina hacia el centro de la embarcación, en lugar de situarla completamente a popa, como hice, lo que dejaba poco espacio entre el tambucho y la caña del timón. Hay quienes han considerado que hubiera podido mejorar las líneas de la popa. Yo no lo creo. Los filetes de agua se deslizan del casco sin provocar los remolinos que producirían, infaliblemente, otras líneas defectuosas.

Los marinos de agua dulce han solido preguntarme: ¿Y los afinamientos? Claro que ellos nunca atravesaron la Corriente del Golfo con un ramalazo de N. E. e ignoraban en absoluto lo que hay que hacer para afrontar el tiempo, cualquiera que haga. Si en algo se estima la existencia, hay que guardarse mucho de los elegantes afinamientos al construir un barco destinado a navegaciones de altura. El marino ve en seguida, si se toma el trabajo de fijarse bien, las cualidades y los defectos de una embarcación. Yo examiné de ese modo el Spray y no tuve que decepcionarme de mis apreciaciones.

Con aparejo de balandro el Spray efectuó la parte del viaje comprendida entre Boston y el estrecho de Magallanes, y, mientras duró éste, yo experimenté una gran variedad de condiciones atmosféricas. El velamen de <yawl» que a continuación adopté, no introdujo otra mejora que permitirme reducir un poco las dimensiones embarazosas de la vela mayor y hacer el barco más manejable y maniobrero. Con viento de popa, el baticulo resultaba inútil y lo aferraba siempre. Con la botavara bien abierta y el viento de dos cuartos a popa del través, navegaba el Spray en las mejores condiciones. Poco tiempo necesitaba para hallar la caña que había que meter con objeto de mantener al balandro en su ruta; y al momento amarraba la caña. La vela mayor servía entonces para la propulsión, en tanto que el foque, abierto por una banda u otra, o cazado al medio, añadía mucho a la estabilidad de la navegación. Cuando había brisa fuerte, solía utilizar un foque volante, firme a un botalón amarrado al bauprés, y lo cazaba al medio, lo que era una buena precaución, aunque el viento soplase con violencia. De evidente necesidad resultaba la sólida cargadera en el pico de la mayor, porque podía arriar rápidamente la vela, si las circunstancias lo imponían. El ángulo de la caña del timón variaba de modo natural, siguiendo la fuerza y la dirección del viento. Estas son cosas que la práctica enseña de prisa. Únicamente diré que, con brisa ligera y todo el trapo, el Spray navegaba con el timón a la vía. Si el viento arreciaba, yo subía a cubierta, de estar abajo, modificaba el timón, lo amarraba de nuevo y lo volvía a dejar.

Sería para mi un verdadero placer prevenir acerca de todos los problemas que a cada eventualidad pueden presentarse, pero eso se saldría desgraciadamente, con mucho, del marco de este libro. Lo más que me cabe decir es que gran cantidad de ellos sólo encuentran solución en la práctica, y que el amor al mar, la intuición natural y el buen sentido son, después de la experiencia, los mejores maestros. Yo no apliqué a mi barco ningún dispositivo que pudiese ahorrarme trabajo; las velas se izaban a mano; las drizas pasaban por poleas del modelo ordinario empleado en los veleros, y las escotas estaban todas a popa.

Empleaba una especie de cabria, como molinete o cabrestante. Llevaba tres anclas que pesaban, respectivamente, ciento ochenta, cien y cuarenta libras; la última, lo mismo que el molinete y el mascarón de proa, procedían del antiguo Spray. El lastre era de hormigón fijado al interior; no había plomo, fundición alguna, ni otro peso en la quilla.

Pese a tomar, de acuerdo con las reglas, las dimensiones y medidas del Spray, no las anoté, e incluso, después de efectuar el largo viaje a bordo me sería imposible dar de memoria la altura del palo, la longitud de la botavara o del pico. Ignoraba la situación de su centro vélico, hasta que la práctica, en el mar, me la reveló; por otra parte, no me había preocupado. El cálculo y la matemática tienen, sin embargo, su palabra que decir en un buen barco y el Spray podía soportar la prueba. Estaba perfectamente equilibrado y su estabilidad era notable.

La desenvoltura con que el Spray seguía su ruta con el viento de popa, durante semanas y semanas consecutivas, era motivo constante de asombro, hasta para los capitanes más hábiles y experimentados. Uno de ellos, al que se tiene en alta estima como hombre y como marino, había afirmado, hacia poco, en calidad de experto con ocasión de un famoso proceso criminal, que tuvo lugar en Boston, que era imposible que un barco conservase solo su ruta durante un lapso de tiempo suficientemente largo para que el timonel pudiese abandonar su puesto e ir a asesinar al capitán. En general tenía razón. Y hasta cabe decir que en lo que se refiere a los barcos de aparejo en cruz, siempre es así. No obstante en el momento del crimen en cuestión, el Spray hacia su ruta alrededor del globo sin nadie en la caña del timón, salvo muy de vez en cuando. Mas debo decir aquí que eso no hubiese podido modificar en nada el resultado del proceso de Boston, y según todas las probabilidades, la justicia debió echar mano al culpable. En otras palabras: yo mismo hubiese declarado en idéntico sentido que los expertos, dado el aparejo del barco a bordo del cual se cometió la muerte.

Pero considerad la larga ruta que hizo el Spray desde le isla Thursday hasta las islas Keeling: dos mil setecientas millas en veintitrés días, sin que yo tocase la caña del timón a excepción de una hora en total, aproximadamente, a la salida y a la llegada. Ningún barco en el mundo ha realizado, en parecidas circunstancias, empresa que pueda compararse a la que representa un viaje así de largo y con tal regularidad. Sin embargo, fué una deliciosa navegación de verano. Nadie, sin haberlo probado, se puede dar idea de la alegría que se siente navegando en libertad por los vastos océanos. Claro que no es necesario, para disfrutar de ese sentimiento de jubilosa liberación, viajar solo, aunque la experiencia sea de lo más agradable... Mi amigo, el experto del que acabo de hablar, y que cuenta entre los capitanes más curtidos, encontrándose sobre cubierta del Spray, casi ayer todavía, se convenció de tal manera de las notables condiciones que reunia mi barco, que habló con entusiasmo de vender su finca de Cap Cod y volver a la mar.

A los jóvenes a quienes atraen los viajes, yo les diria: salid! Las historias acerca de la dureza inmisericorde de las costumbres maritimas, son, en su mayoria, pura exageración, lo mismo que las historias relativas a los peligros del mar. Todo mi aprendizaje de marino se hizo a bordo de embarcaciones llamadas hard Ships, en el duro océano Atlántico, y, sin embargo, durante aquellos largos años, no recuerdo que fuese tratado una sola vez de manera injusta o cruel. Y recuerdos como esos son los que han hecho la mar aun más querida para mí. He de añadir que los oficiales de los barcos en que navegué como mozo y como marinero, nunca me levantaron ni siquiera el dedo meñique; y conste que no vivía entre ángeles, naturalmente, sino entre hombres accesibles a la cólera... Bien es verdad que siempre me esforcé en satisfacer a los oficiales a cuyas órdenes estaba, y eso facilitaba las cosas. Cierto que la mar tiene sus peligros, como también la tierra, pero la inteligencia y la habilidad que Dios ha dado al hombre, han sabido reducirlos al mínimo; además hay que contar con una sólida embarcación, bien trazada y bien construída, capaz de afrontar victoriosamente los mares. Hacer frente a los elementos cuando se desencadenan, claro que no es empresa pequeña. Entonces hay que conocer el mar, saber que se conoce y no olvidarse que la mar es para navegar por ella.

Puede que el futuro descubra razones para modificar mi querido y viejo Spray; pero, entretanto, mi experiencia presente me inclina a recomendar muy vivamente sus lineas robustas, con preferencia sobre las de los corredores de regatas; y eso, por motivos de seguridad. La práctica que se puede adquirir en una pequeña embarcación, como el Spray, constituye una buena enseñanza para los marinos jóvenes y una preparación excelente para luego navegar en grandes navios. Yo mismo creo haber aprendido más en el Spray que en ninguno de los barcos en los que he navegado, aun cuando no fuese, por ejemplo, más que el capítulo de la paciencia, la más grande de todas las virtudes y que tuve que aprender a cultivar, como nunca antes lo hiciera, en las corrientes del estrecho de Magallanes, entre los escarpados cantiles del continente y las tristes orillas de la Tierra del Fuego, cuando, a lo largo de una navegación dificil, tenía que permanecer constantemente en la cañia del timón y darme por contento de haber hecho, en el día, diez millas contra corriente. Y un mes después, una vez que se perdió todo aquel largo trabajo, y tuve que volver a emprender nuevamente la ruta, luchando, de nuevo, con las mismas tristes dificultades, lo hice tarareando una vieja canción... Tampoco treinta horas en la caña, en medio de la tempestad, doblegaron la resistencia de la "tripulación" del Spray, que también estaba acostumbrada a manejar el remo para entrar o salir de los puertos con calma chicha. Dondequiera que nos encontrásemos mi barco y yo, los días pasaban ligeros y alegres.


FIN


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